Soy un hombre de 53 años con 3 hijos en edad adulta y siempre he creído que el ser sumiso es únicamente para hombres de carácter débil. Me considero un Maestro en cuanto a los negocios así como en mi vida personal. Desafortunadamente, trabajar sin descanso y el viajar constantemente fueron las causas de mi divorcio. Llevo solo 5 años, y en este tiempo he tenido 3 mujeres, pero no he mantenido ninguna relación seria con ninguna de ellas. Las veo cuando puedo y quiero, cocinan para mí, me atienden y a cada una de ellas la he manejado a mi antojo. Sexo no tengo que pedirlo porque siempre han estado dispuestas y esperando por mí.
Desde pequeño, mi Padre me enseñó que son las mujeres quienes deben ser sumisas con su hombre y lo confirmé una y otra vez a través de los años.
Una tarde salí con mis amigos a comer después de trabajar y cuando íbamos saliendo y al abrir la puerta, sin querer le di un ligero golpe en el hombre a una Mujer que venía entrando. Me apené mucho y le pedí una disculpa. Ella se quedó mirándome molesta por algunos segundos y siguió su camino sin pronunciar palabra.
Que Mujer tan déspota, ni siquiera aceptó mi disculpa y me dejó con la palabra en la boca; pues quién se cree que es, acaso no sabe quién soy yo?
Me quedé mirándola mientras se dirigía al bar de aquel restaurante; iba elegantemente vestida con un vestido muy ceñido al cuerpo y altos tacones, sus curvas eran perfectas y su forma de caminar eran tan imponente como su mirada.
Que hermosa Mujer. Yo había tenido Mujeres hermosas, pero no con todas las cualidades que ella tenía. Por supuesto me quedé intrigado, me despedí de mis amigos y regresé al bar para verla, pero sin que ella se diera cuenta. Me senté del otro lado del bar, pero cerciorándome de poder tenerla de frente. Pidió una copa de vino blanco, miró el reloj y comenzó a beber.
De pronto se abrió la puerta del lugar y un hombre de mediana edad, elegantemente vestido entró corriendo y se dirigió hacia ella. Cuando llegó a su lado, se arrodilló pidiéndole disculpas y mirando al suelo. Ella ni siquiera volteó a mirarlo y siguió bebiendo su vino ignorándolo por completo. Él permaneció de rodillas ya sin pronunciar palabra y sin importarle las miradas de todos los presentes.
Pasaron unos 25 minutos cuando ella sin mirarlo le dijo; ordena otra copa del vino que me gusta y pide una copa de Merlot para que me acompañes. Aquel hombre se levantó de un salto y siguió las órdenes al pie de la letra pero sin tomar asiento.
Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, tenía frente a mí a un hombre sumiso!
Los vi tan ocupados que supuse ella no notaría mi presencia si me acercaba para poder escuchar lo que hablaban. Discretamente me senté a dos asientos de ellos, para no perderme ningún detalle de la conversación………………